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Ilustración: The Man behind the mist Susón Aguilera |
Un hilo negro y compacto
ascendía desde un punto indeterminado entrecortando el horizonte. Un
rallón al carboncillo, mal dibujado, sobre la tela virginal que era
el cielo cristalino de la Badia dels Alfacs.
Casi la mitad de las
escasas tres mil almas que habitaban San Carlos de la Rápita se
asomaban, expectantes e incrédulas, al balcón natural de La
Glorieta. Los más osados, unos cuantos cientos, se acercaron hasta
las Coves de Pipi, que se abrían majestuosas a toda la bahía. Las
obras de acondicionamiento del muelle y la instalación de la vía
para el paso del tren que llevaba la piedra hasta el muelle, hacía
que el acceso a las playas fuera peligroso.


El joven Sebastià se
encontraba entre este grupo de osados, al lado de l’Avi, en primera
fila. Un resorte interior adquirido, el que da el conocimiento
profundo de las verdades antiguas, le impulsó a observarlo de reojo.
L’Avi alzó su cabeza hasta casi desnucarse, al tiempo que iniciaba un ligero movimiento, casi insinuado, de las aletas de su nariz. Mitad humano, mitad animal. Conocía de memoria ese gesto, el que hacía habitualmente para adelantarse a los acontecimientos naturales inesperados. El que lo ponía en alerta ante peligros potenciales.
L’Avi alzó su cabeza hasta casi desnucarse, al tiempo que iniciaba un ligero movimiento, casi insinuado, de las aletas de su nariz. Mitad humano, mitad animal. Conocía de memoria ese gesto, el que hacía habitualmente para adelantarse a los acontecimientos naturales inesperados. El que lo ponía en alerta ante peligros potenciales.
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Entre susurros, siempre
era así, entre susurros l’ Avi dejó brotar palabras que fueron
adquiriendo una estructura formal que Sebastià no acababa de
entender.
- Un altre ortegada
- ¿Avi? Sebastià le estiraba de la manga de la chaqueta pidiendo explicaciones, abriendo mucho los ojos, como le decía que tenían que hacer los hombres que ansiaban conocimiento.
- Són gent de poca escata Sebastià. O ho semblen. No conec pescador que tan vora mar faci una despesa així de llenya. Sotja el fum, espès i negre. Malament crema aquesta caldera. Gent que no coneix el preu de les coses. No tenen patiment. Le respondió l’Avi dándose cuenta que tantas explicaciones no ayudaban a su nieto, más bien al contrario.
Con la proximidad del
vetusto vapor la humareda ocupaba la mitad del puerto. El poco viento
que se dejaba sentir ayudaba a que la Ràpita se viera inundada de un
aire mal quemado e insalubre, cargado de virutas de carbón. Dos
barcas se desprendían ingrávidas del vetusto vapor que ya anclaba
en la bocana, casi a tocar de la Punta del Galatxo.
El alcalde, que siempre
llegaba tarde a todos los actos, especialmente si no contemplaban
cierta dosis alcohólica, se abría paso a codazos entre la multitud.
Llegó a la altura de l’Avi. Con una inocente naturalidad, casi
familiar, mirándole severamente dijo:
- ¿Eh?
- Els de sempre. Ja tornen per demanar.
- ¡Eh!
- Els de la professó ¿no ho veus?
- ¡Ah!
- ¡Deu meu! Quin home més descantellat tenim. Esto último entre susurros, que sólo Sebastià supo entender.
- ¿I?
- Coi d’home. Pregunta’ls-hi.
- ¿Què?
- Com et foti una hòstia, ja en sabràs tu què preguntar.
L’Avi en estado puro.
L’Avi que Sebastià admiraba. La persona que le hacía nortear
cuando dudaba. Su punto de referencia vital. Su sustento y faro.
L’Avi en estado puro.
Sebastià había perdido
a su padre, cuatro años atrás, en una mala tormenta. De esas que
tienen de todo, hasta adversidad y desgracia. Como fue la de 1916.
Nadie esperaba que el torbellino de viento, extrañamente nuboso, que
se empezó a formar a tres millas de la costa, en aquel verano tan
caluroso, produjera tanta malura en apenas quince minutos. El único
superviviente de las pocas barcas que faenaban ese día, describió
la lluvia de peces que antecedió al embudo que unió mar y cielo,
como si fuera el fin del mundo.
“Són les coses de
la mar, Sebastià, són les coses de la mar”, era lo único que
l’Avi le decía. Triste, dolorosamente acontecido, cada dos de
septiembre desde hacía cuatro años. No era necesario más.
El alcalde, dando un paso
al frente forzado por las circunstancias estiró la mano, a medio
camino entre un saludo formal y un apretón de morra, ofreciéndosela
al extraño personaje suntuosamente engalanado que intentaba
descender de la barca. Se veía de lejos que no era hombre de
habilidades ni alardes físicos, no porque fuera barrigón y
paticorto, que lo era, sino porque rápidamente, dos marineros,
acudieron en su ayuda, con sobriedad y gesto hombruno. Recio que
dirían muchos.
L’Avi dejó escapar una
sonrisa que Sebastià interpretó burlona. Dando un paso al frente,
entre susurros, siempre entre susurros, le dijo al alcalde.
- Aquest capsot el conec jo.
- ¿Eh?
- És una cutxamandera de Barcelona
- Una què?
- ¡Coi d’home!
Resoplando, con todas las
zarandajas colgándole, pero sin ningún indicativo claro de lo que
era ni del mando que ostentaba se acercó al alcalde. Alegando de lo
que cocía por allí el sol sacó un pañuelo grasiento, seguramente
blanco en sus comienzos, y se lo pasó por la cara y el cuello,
esparciendo el sudor más que eliminándolo. Se lo restregó ansioso
entre las manos, como enjuagando algo imposible y tras guardarlo en
el bolsillo de plastrón pespunteado de su casaca, le ofreció una
mano desganada al alcalde.
Era evidente que no era
marino.
- Joer, que caló
- ¿Eh?
- Que e ehsagerao, coño. Que esto se parese a los Cayos de Florida
- Vostè, no’s d’aquí, ¿oi?
- ¿Eh?
- Que vosté no es de aquí, ¿oi?
- ¡Ah! Pues no mirusté. Más bien del sur, pero de mundo mu andado. Que si yo le dijera. Que…
- I… ¿què fan per aquí?
- ¿Eh?
- Que, ¿qué hasen aquí?
- ¡Ah! Pues mirusté. Que venimo en misión de reconosimiento.
- ¿Reconosiii…?
- Reconosimiento, coño. ¿Qué no hablo cristiano?
- No, si ja l’he entès. Es que m’estraña lo que dise
- Anda, pero usté también es del sur, ¿d’onde?
- Aivà, quite, jo del sur. Sóc de aquí. ¿Y qué quieren reconoser?
- ¿Seguro que no es del sú? Bueno, que nos mandan a explorá ehsta zona
- ¿Qué los què?
- A explorà. Seguro que usted…
La conversación se
estaba embesuguenando de tal manera, que l’Avi no pudo aguantar más
y apartando al alcalde, poniéndose en mitad de los dos marineros que
lo festoneaban, mirando fijamente a los ojos del petulante personaje,
le preguntó, esta vez sin susurros:
- Són els de la companyia de caçadors de Barcelona, ¿a que sí? Los que nos vienen a fotre l’Encanyissada.
- ¡Ostias! ¿Cómo sabe usté to eso?
- ¡Ostias! Usté es el Avi. Con usté quería yo parlamentar. Que me han dicho que no hay naide que conosca mejor ehsto paraje. Que lo sabe tó. Que a lo mejó si montamo una casa en mitá de la laguna no hartamo a pegar tiro. Que de pato y pescaos no hay como aquí. Que aluego vendrán a montone. Que…
L’Avi miraba al alcalde
que empezaba a salivar. Lo conocía desde crío, era de su sangre, de
la parte mala, que todo hay que decirlo, y en ese momento estaba
seguro que empezaba a imaginarse una Ràpita transformada en el maná
de la zona. Las oportunidades del nuevo siglo, que decía de vez en
cuando en la cantina cuando eran más de cinco las copas trasegadas.
Pero sobre todo se dio cuenta cuando se le iluminó la incipiente
calva y los ojos se transformaron en ilustraciones numéricas, como
una de esas máquinas registradoras que había visto en Tortosa,
cuando fue para regularizar su batea. Tampoco es que fuera tan listo,
es que el alcalde se lanzó a preguntar ansioso:
- ¿I quant diu vostè que són i què es el que necesitan?
L’Avi, mirando a
Sebastià, atusándose la barba, dejando escapar un resoplido, le
dijo:
- Sebastià, tu pren nota. Que ja no cal que et dediquis a la mar. Escriu, escriu, que aquest poble ja no serà el que és ara. Ja veurem d’ací en cent anys, ja veurem…
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